viernes, 4 de enero de 2013

Calen y Erik


¡Hola!


Hoy os traigo un nuevo relato, éste en concreto es candidato a formar parte de un libro de relatos. En este certamen se vota por jurado popular. Aquí muestro la historia de amor imposible entre Calen y Erik. Es un relato de fantasía épica. A ver si ver si os gusta. ¡espero que lo disfrutéis!




Una mano delgada y blanca cogió la carta que había en el alféizar de la ventana. Leyó el remitente: Erik Daverloon. Era de él. De su príncipe azul. De su amado. Mientras las lágrimas surcaban sus sonrosadas mejillas, empezó a leer.
Recordó la primera vez que lo conoció. Aquel día, ella, Caléndula Gassadne, hija mayor del Conde Davar Gassadne de Nathai, de catorce años, se hallaba en los amplios jardines del palacio familiar. Cuando iba a cruzar por un camino empedrado, como si se tratase de una ráfaga de viento huracanado  pasó él, Erik Daverloon, hijo del Emperador de Khazuld. El muchacho, tras frenar bruscamente el caballo para evitar atropellar a la joven, bajó del animal y fue a socorrerla. Sus miradas se encontraron durante unos minutos que resultaron eternos. Después de arrancarle una sonrisa a la joven, Erik montó su corcel y prosiguió su camino hacia la escalinata de la entrada del palacio. Desde aquel día, ella lo recordaría como un héroe de cuento, todo vestido de blanco y montado en su corcel negro.
Lo volvió a ver años más tarde. Con motivo de los recientes intentos de alianza entre el Emperador y Davar Gassadne, la familia de Erik fue invitada a asistir a las festividades de Cassara y Melies en Nathai. Ella siempre se dijo que estaban destinados pues fue en esos días de visita cuando surgió el amor entre ellos. Durante años se enviaron cartas de promesas eternas.
Sin embargo, empezó a construirse un muro entre ambos. El mundo se hallaba en guerra y el milenario Imperio de Khazuld había languidecido antes de que Iam Daverloon, padre de Erik, subiera al poder. Por eso había instaurado un gobierno déspota y autoritario lo cual provocó la sublevación de algunas provincias. Tras unas victorias iniciales, Iam había empezado a sumar derrota tras derrota a medida que crecía el poder de los insurrectos. Debido a eso, las relaciones entre Nathai y Khazuld se enfriaron. Todo lo contrario que el sentimiento de Calen hacia Erik que crecía con el paso del tiempo. Pero aquel amor era secreto y, a solas en su habitación, ella leía todas las cartas una y otra vez soñando con el día en el que lo volviera a ver. Cuando Iam Daverloon murió en una de las batallas contra los insurrectos, Erik fue nombrado Emperador de Khazuld. Teniendo su amado que enfrentarse a los enemigos, Calen supo que el momento de estar junto a él se hallaba cada vez más lejos.
La situación se complicó cuando Davar Gassadne comprometió a su hija mayor con Cervan Salix, el hijo de un conde de otra ciudad telaniense. El objetivo de aquel compromiso era político, a fin de que los insurrectos olvidaran la antigua alianza de Nathai con el Imperio de Khazuld. Cervan era un buen muchacho, atento y tierno, que la cuidaba y miraba por su bienestar. Pero el corazón de ella no era para él. Nunca le había hablado de sus sentimientos a nadie y sólo la rosada paloma mensajera era testigo de sus esperanzas, de ese amor imposible que sentía por Erik.
Los padres de Calen finalmente descubrieron del  intercambio de cartas entre ambos. Ante la presión a la que le sometieron sus progenitores, ella decidió no responder las cartas de Erik, confiando en que él la olvidara. Pero no había sido así. Aquella carta que acababa de recibir era posiblemente la más dolorosa e hiriente de todas las enviadas por su amado. Él se había enterado de su compromiso con Cervan.
“Acabar será el fin, creo, de tan hondo pesar”.

Cuando leyó esas últimas letras de la carta de Erik el alma de Calen se desgarró en mil pedazos y su corazón murió.  

 (…)

Erik Daverloon estaba convaleciente a causa de una herida que había recibido en el campo de batalla y que casi le había costado la vida. Esa herida le impidió levantarse rápidamente cuando oyó un golpe seco en la puerta de la habitación. Tras dar permiso para que el recién llegado entrase, Erik vio que tras la puerta aparecía Kield, el capitán del ejército imperial. Con el rostro sudoroso, se quedó mirando a su señor con ojos preocupantes y Erik le dio indicaciones de que hablara.
—Señor, nos atacan. Los insurrectos se acercan a la sagrada ciudad de Munarayaad. Varios ejércitos galopan hacia aquí, en el puerto acaban de llegar barcos con la insignia del reino isleño de Yant y están bombardeando el barrio costero. Nuestros barcos están defendiendo pero ellos son más numerosos que nosotros.
—Ordena el desalojo rápido del barrio costero, el cierre de las murallas sur y prepara el ataque a los ejércitos que vienen del norte. Hay que defender la ciudad que es lo único que nos queda. Hay que sobrevivir para después renacer de las cenizas. Y si esto ha de caer, que durante milenios se recuerde que Khazuld cayó con orgullo y sin miedo, que luchó con fiereza demoniaca por defender lo que le pertenecía. Y ahora marcha, no hay tiempo que perder.
Cuando Kield se fue de la habitación, Erik se le quedó mirando. Si al final Munarayaad sobrevivía, Kield sería un buen gobernante. Se levantó y una punzada de dolor le invadió de nuevo el costado. No podía creer que todo acabase de aquella forma. Erik había sido un mal emperador. En su gobierno, Khazuld no había conocido ni una solo victoria. Y la peor derrota había ocurrido en Puerto Grande pues había supuesto el principio del fin del Imperio.
Aún recordaba como ejércitos enemigos venían desde el norte a través del estrecho para suplir las pérdidas y mientras, Khazuld intentaba luchar por salvar el Puerto Grande. Muchos de los países donde antaño dominara autoritariamente el Imperio se habían unido para acabar con el cáncer que ellos consideraban que había sido Khazuld. Y Erik no negaba aquellos pensamientos ya que, a pesar de ser un khassair, comprendía que el gobierno de su país sobre todas las tierras ribereñas del Mar Reunión había sido malévolo y sangriento. Pero Erik era el emperador de aquel imperio demencial y su destino era defenderlo a pesar de todo.
Estuvo luchando junto a los demás soldados contra aquellos enemigos que veían su triunfo cerca. Observaba en sus ojos destellos de venganza y de deleite. Los insurrectos veían satisfechos como los khassair no podían hacer nada contra su poder arrollador y creían que estaban salvando al mundo de la maldad. Mataban sin piedad, con rabia, y disfrutaban pisoteando a los enemigos moribundos.
Esto, unido a la decepción que Erik había sufrido días antes, enturbiaba su mente mientras se envolvía en la vorágine de la sangre y el metal. La imagen de Calen le asaltaba cada vez que se abría paso entre los cuerpos inertes y, por inercia, blandía la espada. No veía como caían algunas cabezas y atravesaba pechos ni tampoco como sus enemigos le hacían heridas en su cuerpo. Sólo veía a Calen. Por ello, no se dio cuenta cuando un enemigo se puso detrás con la intención de acabar con su vida, sólo sintió un estilete que se clavaba en el costado. Ofuscado y sorprendido, espoleó el caballo y salió galopando rápidamente del combate mientras la sangre manaba copiosamente del lado y un dolor muy profundo lo rabiaba.
Ahora ese mismo dolor le volvía a invadir pero jamás se podía asemejar al que tenía en su corazón, al dolor que Calen le había producido al aceptar el amor de otro. Sabía que todo estaba perdido, su reino en pocos días sucumbiría. Una nueva época se avecinaba y él no pertenecía a ella.
Gimiendo de dolor y sujetándose el costado fuertemente con la mano, se dirigió con paso firme hasta el gran arca de bronce donde tenía guardadas sus ropas y sus armas. Y de entre sus pertenencias encontró un afilado puñal. En el exterior un sonido de cuernos de guerra rasgaba el aire con un bramido largo y potente. 

(…)

Calen despertó de pronto gritando el nombre de Erik. Un sudor frío recorrió su rostro. Pero lo que encontró en la realidad la asustó aún más que lo que había visto en la pesadilla que la había despertado. Un humo negro entraba por la rejilla de la puerta  hacia su habitación. Aterrorizada, fue hacia la puerta y la abrió. Entonces una llamarada de fuego la arrojó al interior de su alcoba. Se levantó a duras penas y vio que el fuego le había producido algunas quemaduras en la cara y en los brazos. El fuego estaba invadiendo su habitación y no podía salir. Gritó con todas sus fuerzas. Entonces se dirigió a la cristalera para abrirla y vio horrorizada como todo estaba ardiendo. En la oscuridad de la noche, el anaranjado de las llamas era lo único que se veía.
            No pudo hacer nada. Había quedado atrapada en el fuego.
            Así, mientras Erik clavaba el puñal directamente en su corazón para poner fin a su vida, Calen se consumía en el fuego.
           
            (…)

            El fuego no sólo echó abajo el palacio del Señor del Bosque sino que todo el bosque sucumbió aquella noche. Los insurrectos que habían vencido al Imperio Khazuld  habían  decidido acabar con le poder de los Gassadne, por apoyar al imperio en el pasado.  El bosque estuvo ardiendo durante varios días hasta que solo quedó cenizas y árboles muertos. Todo indicio de los Gassadne del bosque desapareció con las llamas. El bosque tardaría siglos en regenerarse, pero, aún así, nunca recuperó la luminosidad y el esplendor de antaño. Ahora es un bosque oscuro y maldito, donde dicen que habitan los espíritus vengativos de los antiguos habitantes de Nathai. 


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3 comentarios:

  1. Me ha gustado tu estilo. Yo no soy experta en este tipo de literatura, aunque me gusta el estilo medieval, legendario o como se pueda decir. Es curioso como las historias más personales, a veces se convierten en las más universales. Y como este relato parte de un momento y se va abriendo hasta cambiar el destino de varios pueblos. Enhorabuena.

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  2. Muchas gracias madita! Me alegra que te haya gustado!

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  3. Aprovecho y te dejo el primer capítulo de un libro que estamos escribiendo una amiga y yo!

    http://erthara.blogspot.com.es/2011/11/sangre-de-hermanos-capitulo-1-el.html

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